Acuarela,  Blog,  Experiencias,  Sin categoría

Los caminos del agua

“Si tus ojitos fueran aceituinitas verdes, toda la noche estaría muele que muele… muele que muele”.

“Como el agua”.  Camarón de la Isla.

Es difícil describir una pasión, aquello que empuja el corazón de los hombres y les lleva más allá de lo conocido, a veces, hasta el borde mismo del abismo.
La acuarela apareció en mi vida de repente, trasnochada, como el instante en que un rayo cruza una noche oscura y lo ilumina todo. Desde entonces quedé cautivado por este extraño deseo que me empuja.

Pienso mucho tiempo en pintar, observo constantemente el comportamiento de la luz sobre las cosas, su contorno; me deleito en la observación de las escenas, de la historia que cuentan las cosas; a menudo sueño en pinceladas y siempre espero ansioso el momento de encontrarme de nuevo en ese instante en que el tiempo y el ruido se suspenden para dar paso al acto creativo.

Agradezco a mi familia la paciencia con la que sostienen esta especie de locura mía. Durante una de las tardes de pintura con mis hijos, uno de ellos me dijo: “papá, cuando hablas de pintura se te pone la voz de un niño”. En ese momento comprendí que lo que él contemplaba era un estado de gracia. Ojalá ellos encuentren en sus vidas aquello que les haga sentirse apasionados.

Recorrer un camino implica siempre dedicación, largos tiempos de observación, estudio, innumerables ensayos y errores, renuncias, desengaños, madrugadas desveladas, atascos y nuevos amaneceres… para volver siempre a empezar.
Es necesario equivocarse mil veces y mil veces volverlo a intentar, para entender cada vez un tramo de ese escurridizo misterio que poco a poco se dice pero nunca acaba por desvelarse.

La acuarela no es un camino fácil. El agua es una amante caprichosa y no se deja domeñar por la fuerza o el tesón. Obliga a la espera, a la observación paciente y llegado el momento, al acto preciso y decidido. Nunca es en pelea, ni a la fuerza; no podemos oponernos a su empuje, que siempre encontrará camino; tan sólo nos queda aceptar con humildad su capricho, doblegar el espíritu y ponernos a favor, allanando caminos para facilitar y favorecer su destino. Sólo entonces nos muestra su hermoso secreto.

Es necesario observar y entender cómo funciona la precisa concurrencia entre los estados del agua, del papel, del pigmento, la temperatura, el aire, la humedad… porque todo tiene su momento, que no puede ser ni antes ni después. Hay un tiempo exacto, un momento preciso donde el agua está dispuesta para determinado baile, un momento donde ya no se puede pisar el freno, sino acelerar.

Durante los silencios previos al vértigo, escucho mi respiración y me preparo para algo que sólo durará unos segundos pero precisa de una entrega decidida, sin pensamiento ni vacilación, solo acto y presencia. Una vez que decidiste empezar, ya no hay vuelta atrás, todo sucede demasiado rápido como para pensar.

Lo escrito, escrito queda, pues cada pincelada ya ha dejado huella, como la vida misma. A penas hay posibilidad de enmendar o corregir, y cuando lo intentas, siempre es peor. Tan sólo queda aceptar que las decisiones tienen consecuencias, que los errores pueden ser oportunidades y que lo mejor siempre es dejarse llevar, asumir lo espontáneo y ponerse a favor de la fuerza del agua, que inexorablemente se abre camino. Se trata de un ejercicio constante de humildad, porque no hay control posible ni tregua.

La acuarela responde unas veces a la caricia delicada y otras al trato veloz y decidido abriendo su flor agradecida. No es arte para medrosos ni cobardes, sino para quienes ante el vértigo de la vida se precipitan al abismo con los ojos cerrados. Cuanto más decidida es esa entrega, más generosa es la dádiva con la que agua corresponde.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.